(Publicado en la Revista de Reina, 2002)
I.- INTRODUCCIÓN
Casiodoro y Juan han quedado unidos por el paisanaje, el tiempo que les tocó vivir, la gran erudición que atesoraban y el enorme protagonismo que tuvieron en España y en la Europa del XVI. Les separaban las divergencias religiosas propias de la época, interpretando dos lecturas muy distintas de la Biblia.
El protagonismo de estos dos extremeños, lejos de agotarse en el XVI continúa hoy vigente, pues los católicos siguen encontrando en El comentario a los Cuatro Evangelios de Juan de Casas de Reina un soporte importante para la interpretación y explicación del Nuevo Testamento, mientras que los protestantes hacen lo propio con la llamada Biblia del Oso, que con este nombre se conoce a la libre traducción al castellano de este sagrado texto que Casiodoro llevó a cabo en 1569. En definitiva, muchas coincidencias y un irreconciliable desencuentro entre estos dos importantes personajes del XVI, ambos nacidos en el entorno más inmediato de los asiduos lectores de esta revista.
En el XVI se asentaron muchos de los principios políticos, sociales, culturales y religiosos de lo que se ha convenido en llamar Antiguo Régimen. En este último aspecto, una buena parte de la intelectualidad de la época era partidaria de la reforma del clero -muy aferrado al poder, con el que se identificaba-, que debía conducir a una profunda revisión de la práctica religiosa, impregnada de muchas supersticiones y vacía de contenido. Esta revisión, que terminó llamándose Reforma, empezó a concretarse ya a finales del XV, tras ciertos intentos anteriores que no llegaron a cuajar por cuestiones obvias. Pero ya en el XVI tuvo una importante aceptación gracias a la doctrina de Erasmo de Rótterdam (1466-1536), genuino representante del humanismo cristiano. Los humanistas -en un principio con la aquiescencia de Carlos V, el más firme bastión de la Iglesia Apostólica Romana- cuestionaban a la iglesia oficial por su fariseísmo, que anteponía la fastuosidad y la superstición a la verdadera doctrina cristiana; es decir, los sentimientos a las ideas. Estos principios fueron recogidos por Lutero (1453-1546) en su vertiente más relajada, preconizando un cristianismo interiorizado, que negaba la voluntad y la razón como forma de llegar a Dios, defendiendo que la fe y no las obras, el amor y no la razón, eran los mejores argumentos para acercarse a Dios. Esta relajada interpretación, más los intereses políticos del momento (común odio a Carlos V, al Sacro Imperio Romano Germánico y a la Santa Sede), facilitaron la rápida difusión del protestantismo en sus diferentes vertientes, pues entre los reformistas inmediatamente se establecieron facciones (luteranos, calvinistas, anglicanos, etc.), cada una de ellas con sus respectivos caudillos.
La Iglesia Católica Apostólica Romana, vacía de argumentos morales, se opuso a tal reforma, platicando con su añeja retórica, anteponiendo la fuerza de sus ejércitos y la capacidad de coacción de la Inquisición, para concluir con la convocatoria y desarrollo del Concilio de Trento. A esta contraofensiva se le conoce como Contrarreforma, en oposición al término acuñado por los protestantes.
Pues bien, en este mar de confusiones y contradicciones se involucraron Casiodoro y Juan, tomando partido por una y otra tendencia. El primero aliado con los reformistas y el segundo con los contrarreformistas, pero en ningún caso como meros observadores, sino como destacadas figuras, que la Historia así lo reconoce.
II.- CASIODORO DE REINA
Casiodoro de Reina, que con este nombre se hacía llamar y ha pasado a la Historia, nació sobre 1520. Sobre sus orígenes, en alguna ocasión el propio Casiodoro manifestó ser natural de Sevilla, seguramente condicionado por el relumbrón de la ciudad hispalense donde ejercía de fraile, por la modestia del lugar de su nacimiento o bien para orientar a posibles interlocutores sobre el enclave más conocido y próximo a su lugar de nacimiento. Sin embargo, sus biógrafos, no sabemos con qué soporte documental, estiman que nació en Montemolín, villa de la entonces Provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura, y no del Reino de Sevilla como también indican otros autores. La lógica nos hace pensar que alguna o mucha relación tuvo nuestro personaje con la villa de Reina, entonces cabecera de una importante encomienda santiaguista en franco retroceso vecinal, muy por debajo de la vecindad y del prestigio que gozaba Montemolín, otra villa y encomienda lindante a la anterior. Se fundamenta esta apreciación en el hecho, ampliamente constatado, de que los personajes populares de la época solían abandonar sus apellidos originales para adoptar como sobrenombre el del lugar de nacimiento. ¿Fue este el caso de Casiodoro, o simplemente se trataba de una singularidad más del fraile jerónimo?
Con independencia de esta cuestión, Casiodoro, no sabemos tras qué vericuetos, aparece a mediados del XVI como fraile jerónimo del convento de San Isidoro del Campo en Santiponce, pueblo muy próximo a la ciudad de Sevilla, junto a las ruinas romanas de Itálica. El convento en cuestión ha pasado a la historia por ser uno de los primeros y más importantes foco de luteranismo en la Península, cuyos monjes, bajo la dirección de Casiodoro y de Cipriano de Varela, huyeron masivamente en 1557 ante las presiones de la Inquisición. Sólo esta fuga a tiempo les libró de la hoguera, si bien no pudieron evitar ser quemados en efigie, en un proceso que años después tuvo lugar en Sevilla.
Las andanzas de Casiodoro -prototipo de maestro de herejes, que ésta fue la consideración que tuvo por parte de los Inquisidores- quedaron vedadas para la generalidad de los españoles de la época, así como sus libros y traducciones. Esta circunstancia dificulta la investigación en los archivos nacionales, si bien, teniendo en cuentas su azaroso peregrinar por una buena parte de Europa, son frecuentes las referencias en archivos de otros países. Con estos antecedentes, no debe extrañar que el licenciado Morillo de Valencia -primer cronista de Llerena y autor de una breve historia local- se olvidase de este importante personaje nacido en el entorno de Llerena, mientras que, por lo contrario, se explaya en referencias sobre Juan de Casas de Reina, el otro personaje por el que nos interesamos en este artículo.
Por lo tanto, para investigar sobre la vida y obra de Casiodoro tendríamos que recurrir a archivos de Alemania, Holanda o Inglaterra, como así ya lo ha hecho, con su particular visión, Carlos Gilly, de quien no tengo más referencias que su afiliación a la Iglesia Evangelista, una de las diversas ramas de la Iglesia Protestante[1].
Tras la precipitada huida de Sevilla, el primer destino fue Ginebra; después un continuo peregrinar (Francfort, Londres, Amberes, Bergerac, Montargis, Basilea, Estrasburgo, etc.) en un ir y venir sembrado de inquietudes pues, al margen de las presiones de la Inquisición, el poderoso Felipe II, rey y señor de media Europa, puso precio a su cabeza, circunstancia que indirectamente le propiciaba la protección de los numerosos enemigos del monarca allende los Pirineos. Esta situación parecía no preocuparle pues, lejos de amedrentarse, seguía inquietando con sus escritos a la Iglesia oficial y a sus más poderosos defensores.
En Ginebra contactó con Calvino, el más importante reformista de la época una vez muerto Lutero. Los primeros encuentros fueron como mínimo corporativistas, si bien muy pronto empezaron a disentir en cuestiones fundamentales. Este enfrentamiento, aparte de poner en peligro su integridad, supuso para Casiodoro perder la amistad de Cipriano de Varela, un condiscípulo en San Isidoro del Campo que más tarde sería utilizado para restarle protagonismo en sus escritos y traducciones de los Libros Sagrados.
Por ello, muy pronto se vio forzado a abandonar Ginebra, trasladándose a Londres a finales de 1558, donde organizó su propia Iglesia. En enero de 1560 redactó la “Confesión de fe hecha por ciertos fieles españoles, que huyendo de los abusos de la iglesia Romana y la crueldad de la Inquisición de España hicieron a la Iglesia de los fieles para ser en ella recibidos por hermanos en Cristo”. Fue entonces cuando Felipe II puso precio a su cabeza, como se recoge en una carta del gobernador de Amberes a la regente de los Países Bajos:
“ Su Majestad ha gastado grandes sumas de dineros por hallar y descubrir al dicho Casiodoro, para poderle detener si por ventura se encontrase en las calles o en cualquier otro lugar, prometiendo una suma de dinero a quien le descubriese”.
Acechado por potenciales delatores, anduvo este extremeño durante más de tres años entre Francfort, Heidelberg, el sur de Francia, Basilea y Estrasburgo, buscando un lugar sosegado donde establecerse como pastor de la iglesia y llevar a término la traducción de la Biblia, su principal objetivo. En efecto, Casiodoro ha pasado a la Historia como traductor de la conocida Biblia del Oso (Basilea, 1569); asimismo tradujo al francés Historia Confessionis Augustanae (Amberes, 1582) y fue autor de comentarios parciales a los Evangelios de San Juan y San Mateo (Francfort, 1573), de un Catecismo publicado en latín, francés y holandés (1580), así como de los Estatutos para regular una sociedad de ayuda a pobres y perseguidos que el mismo fundó.
La Biblia de Casiodoro fue la primera versión impresa en lengua española y también la única traducción protestante hoy existente, pues en la mal llamada Biblia de Cipriano de Valera -el en otro tiempo condiscípulo y seguidor de Casiodoro y más adelante ortodoxo calvinista-, éste se limitó a cambiar el orden de los libros y a añadir o quitar notas marginales. Según Carlos Gilly, de quien seguimos tomando estas referencias, cuando Casiodoro llegó a Ginebra llevaba como objetivo primordial traducir la Biblia completa al español. Sobre este proyecto debió hablar con Juan Pérez de Pineda, quien acababa de publicar una edición del Nuevo Testamento (Ginebra, 1556), basándose en la traducción de Francisco de Enzinas (Amberes, 1543).
El primer contrato para la edición de 1.100 ejemplares fue firmado en el verano de 1567 con Oporino, antiguo amigo de Enzinas y famoso editor. Éste murió en julio de 1568, antes de comenzar a la impresión, si bien el proyecto concluyó con éxito, para lo cual tuvo que soslayar con habilidad el largo brazo de la Inquisición, cuyos tentáculos, representado por una poderosa red de delatores, estaban al tanto del proyecto con intención de abortarlo.
Sobre las fuentes utilizadas por Casiodoro, él mismo, en su Amonestación al lector, declara haber utilizado, además de las fuentes originales hebrea y griega, la versión de Sanctes Pagnini y la doble edición judeo-española de Ferrara (1553). Para los textos griegos del Antiguo Testamento, parece seguir la Biblia latina de Zürich y, en parte, la Biblia latina de Castellion, de donde tomó no sólo el término “Jehová”, en lugar del comúnmente usado “Señor”, sino también el modo de indicación de los textos añadidos de la Vulgata. No obstante, ambas Biblias fueron silenciadas por Casiodoro, así como las versiones castellanas igualmente utilizadas (Enzinas, Juan Pérez y Juan de Valdés), pues todos estos libros figuraban ya en el Índice de libros prohibidos.
III.- JUAN DE CASAS DE REINA[2].
Al pie del castillo y villa de Reina se encuentra Casas de Reina. La toponimia no ofrece lugar a la duda; este último pueblo, desde el mismo momento de la conquista de la alcazaba y villa de Reina en 1246, pertenecía a dicha villa cabecera y encomienda.
Pues bien, en Casas de Reina nació Juan, el otro protagonista de este artículo. La bibliografía sobre Juan Maldonado -que éste era su verdadero apellido- es extensa, como corresponde al monopolio religioso que los contrarreformistas impusieron en la Península, destacando este caserreño como uno de sus más significados defensores. Por tanto, en cualquier diccionario enciclopédico que se precie era forzoso incluir datos sobre su vida con más o menos acierto, pero siempre de forma meritoria. Además, como jesuita que fue, ha contado con el reconocimiento de los más destacados cronistas de dicha congregación, siempre necesitada de justificarse en defensa propia, de la Corona y de la Santa Sede. Sería prolijo enumerar a cada uno de los “hijos de San Ignacio” empeñados en esta labor, que aquí me ahorro remitiendo a la magnífica síntesis realizada por el padre Juan Caballero en la introducción a las últimas ediciones de El Comentarios a los Cuatro Evangelios, la obra más significada de Juan de Casas de Reina.
Pese a los múltiples estudios bibliográficos sobre nuestro personaje, no se ha podido concretar con exactitud la fecha de su nacimiento. La mayoría de los autores la sitúan en 1534, si bien el padre Prat, utilizando alguna referencia del propio Maldonado, estima que debió nacer a finales de 1536 o principios de 1537. Parecida confusión ha existido sobre el lugar de nacimiento, hoy inequívocamente fijado en Casas de Reina. El propio Juan dejó recogido esta circunstancia en algunos de sus escritos, aunque también es verdad que en cierta ocasión, quizás por los mismos argumentos contemplados al hablar de Casiodoro, dijo ser natural de Sevilla. Otros autores opinan que nació en Fregenal, Zafra, Salamanca, Fuentes del Maestre o Llerena, polémica que definitivamente aclara el padre Iturrioz tras analizar los libros de matrícula de la universidad de Salamanca, en uno de los cuales aparece inscrito Juan Maldonado como Juan de las Casas de Reyna, sobrenombre que habla de la popularidad que ya como estudiante disfrutaba. La polémica sobre este asunto pudo haberse zanjado mucho antes, si se hubiese tenido la posibilidad, remota en cualquier caso, de consultar la primera crónica escrita sobre la ciudad de Llerena, redactada en 1640 por el licenciado Morillo de Valencia. Este autor, refiriéndose a Maldonado, decía:
“Como a media legua de la ciudad de Llerena está el lugar de Las Casas de Reina, que es de su jurisdicción, que no la tiene más que en las causas de menor cuantía, y es su aldea, y como su arrabal[3], y no será alargarme poner un natural de este lugar en el número de los escritores Teólogos de Llerena, pues comenzó a estudiar en ella y tiene deudos muy cercanos, y no sólo ha sido honra del lugar donde nació, y de Llerena su cabeza, pues ha ilustrado a toda España y a Europa.
El Padre Juan Maldonado, Religioso de la Compañía de Jesús, hombre de gran virtud y ciencia en todas letras divinas y humanas, y lenguas, escribió sobre todo los Cuatro Evangelios, y sobre los Doce Profetas Menores, y no me detengo en decir particularidades suyas y eminencias que tuvo en conjurar herejías en el Reino de Francia, porque en el principio de sus Comentarios sobre los Evangelios está escrita su vida; advertiré no más de algunas cosas brevemente, que allí no se expresan. Y en particular que por haberse errado en el principio de dos impresiones sobre el Evangelio, en la primera le pusieron Zafrensis, y en la segunda de Andaluzises.
El Padre Benito de Robles de la Compañía de Jesús, bien conocido por sus Letras y por haber leído en su Colegio de Salamanca, hizo en Llerena información de quien era, y sus padres y ascendientes de Juan Maldonado, y como era hidalgo y principal para enmendar este error y otra impresión.
Comenzó sus estudios en el Convento de Santo Domingo de Llerena, recién fundado, donde se leía Latinidad, y me dijo Francisco de Mena Siliceo, hombre principal, que le había oído al licenciado Fernando Moreno, del hábito de Santiago y cura de la parroquia de Ntra. Sra. De la Granada, que entonces oyeron juntos la Gramática en aquel convento.
Fue después discípulo en la Universidad de Salamanca de maestro Francisco de Toledo y colegial trilingüe en el colegio que solía estar en la calle de San Vicente. Y el mismo licenciado Fernando Moreno y el Padre Francisco Rincón, persona muy antigua que a poco que murió afirmaba haberlo visto y hallándose presentes, que viniendo el Padre Maldonado de Salamanca un verano a holgarse siendo mozo, hubo más conclusiones de Teología en el convento del Bienaventurado San Francisco de Llerena que se leía en él, y entro en la Iglesia y se sentó a escuchar a un lado de los bancos, y se ofreció a disputar algunas controversias que trataban sobre el Bienaventurado Santo Tomás (...)
Habiendo consultado la Compañía de Jesús al Cardenal Toledo qué persona pondría para leer Escrituras en el Colegio de París, dijo que no habría en España quien pudiera hacerlo como Juan Maldonado, su discípulo, Colegial Trilingüe de Salamanca y la Compañía lo avisó así al Beato Francisco de Borja, el cual lo negoció y entró en la compañía a Juan Maldonado, y pasó a Francia (...).
E iba y entraba a oír un rato al Padre Juan Maldonado el obispo don Juan de la Sal, que hoy vive en Sevilla, que fue de la Compañía de Jesús.
Me ha referido el Doctor Franco de la Fuente Moreno, del hábito de Santiago, Vicario perpetuo de Villanueva de los Infantes, y ahora prior del convento de Santiago de Sevilla, a quien el Sr. Inquisidor General, de presente, tiene hecha merced del oficio de Juez de Bienes Confiscados de la Inquisición de Llerena, persona grave y docta, que afirma se halló presente en Roma cuando la Compañía de Jesús eligió por su Propósito General al Padre Claudio Aquaviva, y que oraron en la compañía de los hombres más eminentes de ella, entre los cuales fue uno el padre Juan Maldonado, y dice que oró tan elegante y famosamente, que después le pidió en su celda, de merced, le diese un tanto de la oración siquiera para mostrarla en España, y que le respondió que cuando le avisaron que había que orar, se recogió, para disponer del discurso que había de tener en la oración, nunca escribió nada, y oro sin escribirla.
Fue su discípulo el Padre Martín del Río, doctor que ha escrito tantos volúmenes, y se precia mucho de haberlo sido, y se alaba mucho, y refiere resoluciones suyas agudísimas, como se puede ver en su libro de la Disquisiciones Mágicas. Fue también confesor de la reina de Francia, y últimamente, el Papa Clemente octavo le llevó a Roma para que se hallase a la reformación última del rezado y apuntación de la Sagrada Biblia, a donde murió”[4].
Aún queda por considerar otro aspecto confuso sobre la vida de Maldonado, que en ningún caso quisieron contemplar sus biógrafos temiendo manchar la imagen de este prestigioso jesuita. Me refiero a su ascendencia familiar. El padre Juan Caballero habla de un origen noble, para indicar a continuación que “existía cierta niebla que envuelve la ocasión eventual del traslado de su madre desde Sevilla (a Casas de Reina), poco antes del nacimiento (de Juan)”. Justino Matute, un viajero sevillano que pasó por Casas de Reina en 1801, nos aclara este particular, indicando que Juan fue hijo de Gaspar Maldonado, un importante y dinámico regidor sevillano, y de una humilde doncella. Esta circunstancia fue denunciada por algunos de los adversarios políticos de Gaspar, por lo que el noble hispalense intentó salir de esta comprometida situación enviando a la doncella a Casas de Reina, donde alumbró a Juan[5].
Confirmando el relato del licenciado Morillo de Valencia y siguiendo las referencias más documentadas de otros biógrafos, Juan Maldonado, tras los estudios seguidos en el convento dominico de Llerena, marchó en 1546 a Salamanca, donde siguió estudios de Gramática. Concluyó con éxito el bachillerato, pasando a cursar Filosofía (1554-56), Teología y Sagrada Escritura (1557-62). Iturrioz nos da cuenta del elenco de profesores que se encargaron de su formación y de su buen aprovechamiento académico. En realidad, según este último autor, la intención de Maldonado, condicionado por la familia, era cursar Derecho tras los estudios de Arte y Filosofía. Fue Francisco de Toledo -destacado estudioso de las lenguas clásicas, discípulo de Nebrija, cazatalentos para la compañía de Jesús y más tarde cardenal- quien le hizo cambiar de plan, ingresando Maldonado en la Compañía de Jesús, en Roma, el 10 de Agosto de 1562.
Dos años después ya estaba Juan impartiendo Filosofía y Teología en la Sorbona, enfrentándose con éxito a los reformistas más cualificados. Según el padre Caballero, su magisterio fue un apostolado combativo contra aquellos herejes que pululaban en aquel ambiente parisino, con evidente peligro para la juventud cosmopolita de su Universidad, consiguiendo éxitos notables desde la cátedra, cada día más concurrida, dado el estilo enérgico, pedagógico y elegante que poseía. Tuvo tanta aceptación que despertó recelos entre reformistas y contrarreformita, acusándoles unos y otros, sin éxito, de cierta heterodoxia sobre la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora y sobre la autoridad de los obispos. Ni la Santa Sede ni los hermanos de congregación tuvieron a bien recoger tales acusaciones, pero si la de aconsejarle que abandonara París, ocupándole desde entonces en distintos puestos de responsabilidad en el organigrama de la congregación. Simultaneaba estos cargos con sus escritos e interpretaciones de los libros sagrados, quedando para la posteridad más como insigne autor -uno de los más significados en la exégesis bíblica- que teólogo, pese a la altura indiscutible que alcanzó en este controvertido arte del saber.
Su obra es extensa, como se puede apreciar en cualquier diccionario enciclopédico, y siempre orientada para combatir las doctrinas de Lutero, Calvino y, por supuesto, la de su casi paisano Casiodoro, de quien, suponemos, tendría amplias referencias, pues ambos gozaban de gran popularidad entre sus adeptos, que seguramente también conocerían del paisanaje que les unía. El padre Bover destaca el valor pedagógico de escritos del caserreño, resaltando además el acierto en la selección de materias a tratar, el uso de fuentes estrictamente teológicas y el valor dialéctico de las demostraciones utilizadas como argumentos.
Por encima de cualquier otra publicación destaca El comentarios a los cuatro Evangelios, obra que redactó entre 1576 y 1578. Para tal empresa tomó como referencia las fuentes originales, profundizando no sólo en los estudios sobre el griego y el hebreo, sino también el siríaco, caldaico y árabe, lenguas originarias de los Santos Padres y doctores de la Iglesia. Además ahondó en la historia, la geografía, la cronología, las costumbres y los usos políticos y religiosos de las civilizaciones más antiguas, en cuyo marco se desarrollaron los hechos narrados en el Antiguo y Nuevo Testamento. Lean, como muestra, alguno de los párrafos de sus Normas sobre la manera de leer y ensañar la Sagrada Escritura:
“El que haya de enseñar la Sagrada Escritura ha de reunir todas las cualidades exigidas para el profesor de Teología, y con mayor abundancia y precisión. Debe poseer, además, las tres lenguas (latina, griega y hebrea) no con un conocimiento somero, sino con un dominio perfecto y una facilidad y brillo de exposición mayor aún. Conviene que tenga también erudición en Geografía y de Historia, incluso profana, y ejercicio de explicar los autores antiguos, así como de traducir de una lengua a otra. Debe estar también dotado de cierta disposición y agudeza natural de ingenio para hacer las conjeturas más sutiles de las que dependen muchas veces la penetración de muchos pasajes. Ha de ser hombre de extraordinaria diligencia para conferir diligentemente los pasajes, palabra con palabra, sílaba con sílaba y aún ápice con ápice, con paciencia casi increíble…”
Juan Maldonado murió en Roma, el 5 de Enero de 1583. Actualmente no existe en Casas de Reina ninguna referencia que haga alusión al más ilustre de sus hijos. Sí tuvo una calle en Llerena, que desapareció tras esta última redenominación de su callejero, seguramente por desconocer la importancia del caserreño, un “cuasi” paisano, como lo consideraba Morillo de Valencia.
Tampoco existe ningún recordatorio sobre Casiodoro en Reina ni, que sepamos, en Montemolín. Sí está contemplado su nombre en el callejero de Sevilla, precisamente en la calle donde se ubica una de las capillas evangelistas.
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[1] A Carlos hemos de agradecer desde estas páginas, que mayoritariamente son las suyas en lo que sobre Casiodoro se escribe, el tesón que ha demostrado al descubrirnos a este extremeño, olvidado durante siglos por la ortodoxia oficial.
[2] Dándole los últimos retoques a este artículo, el caserreño AGUSTÍN CASTELLÓ TENA nos sorprende agradablemente con un artículo sobre Juan de Maldonado (o de Casas de Reina, que es igual), aparecido en la Revista de Fiestas en honor del Stmo. Cristo de la Sangre, publicada esta primavera en Casas de Reina (2002). Recomiendo la lectura de dicho artículo, doy la bienvenida a la inquietud de Agustín por estos asuntos culturales y animo a los que aún no se han decidido a investigar sobre la Historia de la comarca.
[3] Como ya tuve la oportunidad de defender en mi libro sobre La Mancomunidad de Tres Villas Hermanas, nunca fue Casas de Reina una aldea o arrabal de Llerena. Es más, en 1640, fecha en la que aproximadamente el licenciado Murillo de Valencia redactó su obra, Casas de Reina ya era villa, habiendo pertenecido antes a Reina.
[4] Lic. MORILLO DE VALENCIA: Compendio o laconismo de la fundación de Llerena (¿1640?). Edición de Cesar del Cañizo en la Revista de Extremadura, Badajoz, 1889.
[5] Según otras referencias tomadas del archivo de la Real Chancillería de Granada, en su sección de Hidalguía, las relaciones entre Gaspar Maldonado y su amancebada no concluyeron tras el nacimiento de Juan, pues tuvieron más descendientes. Uno de ellos, Jerónimo, solicitó la hidalguía ante la Real Chancillería de Granada, condición que le fue concedido por Carlos V. Descendientes de los hermanos de Juan somos la práctica totalidad de los Maldonado de la zona, hoy mayoritariamente concentrados en Trasierra, como demuestro en mi libro titulado Genealogía traserreña, según el Archivo Parroquial.
2 comentarios:
Manuel:
Soy Jesús Rubio, alias Antón Zape, el de las viñetas. Gracias por tus comentarios. Visitaré tu blog a menudo.
Te doy la dirección del mío por si lo quieres ver:
www.elpicatoste.blogspot.com
Un saludo.
Manuel,
quiero decirte que no soy adherente de ninguna confesión religiosa. Soy simplemente un historiador agnóstico a quien interesan enormemente los disidentes de las iglesias o de los sistemas políticos establecidos del pasado y del presente
un saludo cordial
Carlos
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