Como ya tuve la oportunidad de relatar en mi libro sobre la Historia de Valverde de Llerena (Sevilla, 1999), las villas de Berlanga y Valverde de Llerena formaron parte de la encomienda de Reina hasta el 13 de marzo de 1590, fecha en la que definitivamente Felipe II las vendió con sus vasallos y términos a la marquesa viuda de Villanueva del Río (y Minas), separándola de la encomienda de Reina y de la Orden de Santiago. Es decir, sus vecinos ya no eran vasallos de la Orden de Santiago, sino del señorío y marquesado citado, que con esta operación también adquiría las rentas de vasallaje (el diezmo, fundamentalmente) y la jurisdicción o capacidad legal para gobernarlos y administrarlos judicialmente en primera y segunda instancia. El precio fijado fue de 60.378.027 maravedíes.
A esta situación de deterioro institucional de las Órdenes Militares se llegó una vez que los Reyes Católicos convencieron al papa Inocencio III para que les nombrase administradores perpetuos de las distintas Órdenes (Calatrava, en 1488; Santiago, en 1493; Alcántara, en 1494). Posteriormente, por bula de León X este privilegio recayó en Carlos I (1515) y, finalmente, por otra de Adriano VI (1523) se asignaron los maestrazgos de forma perpetua a la Corona.
Los Reyes Católicos, aunque se aprovecharon económicamente de estas instituciones en lo que les correspondían, respetaron el modelo de gobierno y administración de la etapa anterior, manteniendo intactas las jurisdicciones, el modelo administrativo y los privilegios santiaguistas, como de ello ha quedado constancia en la mayoría de los archivos municipales consultados.
Los Austria, sus sucesores, tomaron un rumbo bien distinto. Se estima que no existió ningún plan preestablecido, sino el del oportunismo político al que se prestaban los maestrazgos recientemente incorporados a la Corona, en los cuales ensayaron una serie de intervenciones que después se generalizarían en toda Castilla. Me refiero a la venta y empeño de villas, vasallos, tierras baldías, oficios públicos y otras prerrogativas reales en los territorios de Órdenes, en un proceso de reseñorización. Se inició este abusivo desman¬telamiento territorial, alegando siempre dificultades financieras y defensa de los intereses de la cristiandad, tras las bulas de Clemente VII (1529) y de Paulo III (1538), las cuales facultaban a Carlos I para desmembrar y separar de las Órdenes, en favor de particulares, villas y lugares, fortalezas, vasallos, jurisdicciones, baldíos, dehesas y otros bienes inmuebles, siempre que su valor en renta no superasen 40.000 ducados (14.960.000 maravedíes).
Felipe II siguió la misma línea de enajenaciones ya iniciada por su progenitor. En este sentido, obtuvo nuevas bulas para enajenar bienes raíces cuyas rentas anuales no superasen 80.000 ducados, vendiéndose en esta partida los pueblos de Berlanga y Valverde a la citada marquesa.
Sin embargo, más adelante, siguiendo lo prescrito en las Leyes de los Mayorazgos o de Toro (en las que intervino decisivamente el licenciado Zapata, ilustre llerenense), en la segunda mitad del XVII dicho marquesado, y con él el señorío de Berlanga y Valverde, quedó incluido en el mayorazgo, señorío y ducado de Alba, cuyos sucesivos titulares ostentaron y ostentan, por lo tanto, el señorío de estas dos villas.
Entre otras prerrogativas anexas al señorío, estaba la de nombrar anualmente alcaldes y regidores concejiles, como ocurrió, por ejemplo, en 1801, cuando era titular del señorío de Alba la XIII duquesa, es decir, doña María Teresa del Pilar Cayetana de Silva y Silva…, muy conocida, entre otras cosas, por los retratos que le hizo Goya, como el que se incluye en cabecera.
En el documento impreso que también se adjunta en cabecera (Actas Capitulares de Valverde de Llerena en 1801), se puede apreciar, aparte de la intervención de la casa de Alba en la elección de alcaldes y regidores de Valverde, los apellidos y títulos que para entonces había acumulado.
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