Iglesia parroquial (fot. pág. web del Ayuntamiento de Valverde)
(Art. publicado en la Revista de Fiestas, Valverde, 2011)
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En 1665 murió Felipe IV, heredando el Imperio su hijo Carlos II, más conocido por el hechizado, dada su congénita debilidad. Con el Imperio también heredó:
- Guerras y discordias con la mayoría de las monarquías europeas.
- Conflictos internos entre los distintos reinos peninsulares.
- La Hacienda Real en bancarrota.
- Una presión fiscal elevada e injusta.
- Los concejos arruinados e hipotecado a cuenta de la presión fiscal.
- Y, por abreviar, un sistema monetario anárquico y fraudulento, que dificultaba el comercio interior y el exterior.
Por lo tanto, podemos considerar que el Imperio estaba en su estado más crítico, endeudado, sin recursos, con la vecindad bajo mínimos y una presión fiscal imposible de ser atendida por los súbditos. Pero aún no había tocado fondo, pues le siguieron otros veinte años de profunda crisis, tras los cuales se vislumbraron leves síntomas de recuperación. Así lo indican las cifras macroeconómicas manejadas por Garzón Pareja y Kamen, autores que atribuyen tal recuperación a una política exterior menos belicosa (gracias a concordias forzadas con las distintas monarquías europeas y a la progresiva pérdida de territorio en este continente), la cesión de la independencia al reino de Portugal y la rendición de los catalanes en su intento secesionista. Aparte, también hemos de considerar determinadas decisiones fiscales y monetarias acertadas, concretamente una disminución de la presión fiscal, la devaluación de la moneda en 1680 y ciertas disposiciones sobre las tasas de salarios y precios de las mercaderías y mantenimientos.
Este efecto beneficioso no dejó sentirse, como decimos, hasta la última década del XVII, pues inicialmente resultó difícil frenar la inercia depresiva. Así lo estima Kamen, indicando que 1680 «fue desde todos los puntos de vista el año fatal del reinado de Carlos II, desgranando las desgracias que se sucedieron: tres años de malas cosechas y sequía, hasta mayo en que los cielos se abrieron, pero tan inmoderadamente al fin, que en septiembre las lluvias se convirtieron en temporal”. También en 1680 se llevó a cabo un reajuste y devaluación de la moneda que, como indica Garzón Parejo, fue una de las medidas que actuaron como palanca para mejorar la situación de crisis, aunque como también aprecia el autor sus resultados inmediatos fueron decepcionantes, no cambiando de signo hasta cinco o seis años después.
En efecto, la década de 1675 a 1685 fue extraordinariamente complicada. A las adversidades descritas hemos de añadir la desfavorable climatología que afectó a la mitad meridional de España, subiendo la fanega de trigo desde 15-20 reales hasta 130.
Domínguez Ortiz también ha profundizado en el estudio de la crisis que no ocupa, centrándose en la España meridional, más concretamente en Andalucía. Según los datos climatológicos que maneja, la primavera de 1677 fue extraordinariamente lluviosa en Andalucía, arruinando la cosecha de cereales y teniendo necesidad sus naturales de aprovisionarse de granos en Extremadura. Le siguieron dos años agrícolas secos y de escaso rendimiento cerealista en toda la zona meridional de la Península (1677-78 y 1778-.79), y otros dos normales (1679-80 y 1680-81), que no fueron suficientes para almacenar y afrontar con provisiones de reservas la extraordinaria sequía de las campañas de 1681-82 y 1682-83. Se remató la década con dos ciclos tan lluviosos que asfixiaron las cosechas de 1683-84 y 1684-85, siguiéndole después otros tres de escasa pluviometría.
En los archivos municipales de los pueblos del entorno, como los de Azuaga, Llerena, Valverde o Guadalcanal (esta última villa fue santiaguista y extremeña hasta 1834) disponemos de datos pormenorizados sobre la crisis cerealista referida, especialmente centrados en 1678. Es más, sabemos que en dicha crisis tuvieron una extraordinaria implicación los arrieros de Valverde, a resulta de la cual es posible que surgiera el famoso dicho que empezó a circula por el entorno: a los de Valverde, ni comprarle ni venderle.
Ya hemos referido en otras ocasiones la importancia cuantitativa y cualitativa que tuvo la arriería de Valverde durante el Antiguo Régimen, siendo esta actividad la que más recurso proporcionaba a su vecindario. No obstante, queda pendiente un estudio más profundo que explique su organización y redes de distribución, así como las mercaderías con las que trajinaban en sus viajes de ida y vuelta. Por las referencias documentales utilizadas en este artículo, sabemos que jugaban un papel importante en el trasporte de granos, al menos así fue en la crisis cerealista que nos ocupa.
Pues bien, volviendo sobre dicha crisis, ya se ha adelantado que las excesivas lluvias de la primavera de 1677 terminaron por arruinar la cosecha de cereales en las campiñas cordobesas y sevillanas, aunque en la Tierra de Barros y en el resto de Extremadura el rendimiento fue aceptable. Esta circunstancia determinó la extracción o saca de trigo y cebada desde esta última provincia hacia el reino de Andalucía, entre otras circunstancia por expresa recomendación y autorización del Consejo de Castilla, en respuesta a las peticiones de las ciudades y villas andaluzas. No obstante, la saca fue extraordinaria, por excesiva, dejando vacíos los silos (pósitos) de los pueblos extremeños, cuyos vecinos ya empezaron a sufrir escasez de cereales a principios de 1678. En efecto, si hemos de hacer caso a los oficiales concejiles de Llerena, Azuaga o Guadalcanal, la saca de trigo autorizada por el referido Consejo de Castilla había superado ampliamente las 20.000 fanegas concertadas, sobrepasando las 600.000 fgas.
Con este refrendo, don Pedro de Aris y Yanguas, gobernador y justicia mayor de la Provincia de León y, tras la anterior Real Provisión, juez particular para la saca de granos de la ciudad de Llerena, villas y lugares de su partido, se dirigió a todos y cada uno de los pueblos de su jurisdicción, comunicándoles el contenido de la citada Real Provisión y decretando su inexcusable cumplimiento. En concreto, establecía:
- Que en cada villa y lugar sus oficiales recabasen toda la información posible sobre los granos que cada vecino tuviese almacenado, visitando sus casas y almacenes, y requisando lo que encada caso estimaron oportuno.
- Que antes de sacar trigo para otro pueblo santiaguista (nunca fuera de este contexto), el dueño debería ofertarlo a sus convecinos a un precio moderado (aproximadamente sobre 40 reales fgas.)
- Especialmente deberían tener cuidado los oficiales de los pueblos limítrofes con la frontera de Andalucía, a quienes se les encomendaba la vigilancia de las mercaderías por los pasos habituales.
Estas medidas llegaron a los oídos de las autoridades andaluzas, especialmente a los del asistente de Sevilla (máxima autoridad en dicha ciudad, la más populosa de la Península) quien inmediatamente, alegando las necesidades alimenticias de sus vecinos, se quejó ante el Consejo de Castilla, solicitando la nulidad de la Real Provisión de 18 de julio del año en curso ganada a instancia del Consejo de las Órdenes Militares. La presión del asistente sevillano, alegando las necesidades de granos de los andaluces, dio fruto inmediatamente, firmando días después (26 de julio) Carlos II otra Real Provisión que anulaba su anterior decisión, permitiendo el comercio libre de granos entre Extremadura y Andalucía.
A partir de este momento asistimos a una de las muchas disputas y contradicciones surgidas entre el Consejo de las Órdenes y otros consejos reales y chancillerías, situación usual desde que la monarquía hispánica asumió la administración perpetua de las distintas Órdenes Militares, creando para ello el Consejo de las Órdenes. En efecto, desde esos momentos el choque por competencias jurisdiccionales entre este último consejo y el resto de los consejos reales y chancillerías fue frecuente, con resultados dispares y azarosos, pero, a modo de resumen y conclusión, siempre evolucionando en detrimento del Consejo de las Órdenes y a favor del poder central.
Aunque los intereses andaluces en esta cuestión quedaron salvaguardados por esta última Real Provisión (la del 26 de Julio), el gobernador de Llerena y los oficiales de los pueblos santiaguistas se mantuvieron firme en su lucha contra la extracción de granos con destino a Andalucía, o al menos así lo dejaron recogido en sus actas capitulares.
Y en esta crisis y conflicto mucho tuvieron que ver los arrieros valverdeños, pues incluso en fechas anteriores la Real Provisión ganada por el asistente de Sevilla, continuaron con la saca de granos hacia Andalucía, mostrando parte del entramado organizativo que este gremio ejercía en el comercio y la trajinería de esta zona sureña de Extremadura, con los recelos que dicha actividad siempre generaba. En efecto, los numerosos arrieros valverdeños llegaron a controlar durante siglos una buena parte del transporte de la zona, amparándose de su proximidad a Andalucía y, especialmente, por el hecho de que la máxima autoridad real de la zona, el gobernador santiaguista de Llerena, carecía de jurisdicción en Valverde, pues esta villa, junto a la de Berlanga, fue vendida en 1590 al señorío del marquesado de Villanueva del Río (y Minas), señorío muy interesado en las trajinerías de sus vasallos valverdeños.
En definitiva, los arrieros valverdeños hicieron caso omiso al gobernador de Llerena, que seguía instrucciones del Consejo de las Órdenes (sin competencias en Valverde) tras la primera Real Provisión (18/07/1678) de Carlos II, comprando trigo al pie de era en Almendralejo para transportarlo hacia Andalucía. De ello se quejaron los oficiales de los pueblos comarcanos, quienes responsabilizaron a dichos arrieros del incremento de precios en el valor del trigo, pasando de los 40 reales acordados a 55.
Especialmente combatidos en esta crisis cerealista fueron los oficiales guadalcanalenses, mostrando reiteradamente su indignación con las prácticas de los arrieros valverdeños. Uno de sus alcaldes, don Cristóbal de Arana y Sotomayor, el 8 de septiembre de 1678 dirigió una carta de amparo y súplica al capitán general de la provincia de Extremadura, relatando los hechos ya descritos. Le solicitaba un cabo y ocho soldados para la vigilancia de la frontera con Andalucía, evitando así la saca de trigo. Por la fecha de esta carta de súplica (8 de septiembre), queda claro que, pese a que el asistente de Sevilla envió expresamente un escribano a Guadalcanal con la Real Provisión que reautorizaba la saca de trigo de Extremadura hacia Andalucía (26 de julio), en esta villa se hizo caso omiso a la misma, dando sólo por buena la Real Provisión del 18 de julio de dicho mes y año, es decir, la ganada por el Consejo de las Órdenes y que impedía la exportación del trigo extremeño.
Importante fue la aportación que hizo este edil guadalcanalense sobre Valverde y sus arrieros:
…en la villa de Valverde hay grueso trato de arrieros y corsarios que sólo se entrometen en la granjería de granos y sacarlos fuera desta provincia…, que son muchos y quien más daños ocasionan en destruir este país (Extremadura), y que andan con tanta prevención sacando el grano que lo menos que traen son cincuenta hombres con escopetas (para defenderse en sus trajinerías)…
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Fuentes:
- A. M. de Azuaga, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- A. M. de Llerena, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- A. M. de Guadalcanal, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678, leg. 1649.
- A. M. de Valverde de Llerena, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Crisis y decadencia en la España de los Austria, Barcelona, 1973.
- GARZÓN PAREJA, M. La hacienda de Carlos II, Madrid, 1983.
- KAMEN, H. La España de Carlos II, Barcelona, 1981.
- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. Valverde de Llerena. Siglos XIII al XIX, Sevilla, 1999.
(Art. publicado en la Revista de Fiestas, Valverde, 2011)
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En 1665 murió Felipe IV, heredando el Imperio su hijo Carlos II, más conocido por el hechizado, dada su congénita debilidad. Con el Imperio también heredó:
- Guerras y discordias con la mayoría de las monarquías europeas.
- Conflictos internos entre los distintos reinos peninsulares.
- La Hacienda Real en bancarrota.
- Una presión fiscal elevada e injusta.
- Los concejos arruinados e hipotecado a cuenta de la presión fiscal.
- Y, por abreviar, un sistema monetario anárquico y fraudulento, que dificultaba el comercio interior y el exterior.
Por lo tanto, podemos considerar que el Imperio estaba en su estado más crítico, endeudado, sin recursos, con la vecindad bajo mínimos y una presión fiscal imposible de ser atendida por los súbditos. Pero aún no había tocado fondo, pues le siguieron otros veinte años de profunda crisis, tras los cuales se vislumbraron leves síntomas de recuperación. Así lo indican las cifras macroeconómicas manejadas por Garzón Pareja y Kamen, autores que atribuyen tal recuperación a una política exterior menos belicosa (gracias a concordias forzadas con las distintas monarquías europeas y a la progresiva pérdida de territorio en este continente), la cesión de la independencia al reino de Portugal y la rendición de los catalanes en su intento secesionista. Aparte, también hemos de considerar determinadas decisiones fiscales y monetarias acertadas, concretamente una disminución de la presión fiscal, la devaluación de la moneda en 1680 y ciertas disposiciones sobre las tasas de salarios y precios de las mercaderías y mantenimientos.
Este efecto beneficioso no dejó sentirse, como decimos, hasta la última década del XVII, pues inicialmente resultó difícil frenar la inercia depresiva. Así lo estima Kamen, indicando que 1680 «fue desde todos los puntos de vista el año fatal del reinado de Carlos II, desgranando las desgracias que se sucedieron: tres años de malas cosechas y sequía, hasta mayo en que los cielos se abrieron, pero tan inmoderadamente al fin, que en septiembre las lluvias se convirtieron en temporal”. También en 1680 se llevó a cabo un reajuste y devaluación de la moneda que, como indica Garzón Parejo, fue una de las medidas que actuaron como palanca para mejorar la situación de crisis, aunque como también aprecia el autor sus resultados inmediatos fueron decepcionantes, no cambiando de signo hasta cinco o seis años después.
En efecto, la década de 1675 a 1685 fue extraordinariamente complicada. A las adversidades descritas hemos de añadir la desfavorable climatología que afectó a la mitad meridional de España, subiendo la fanega de trigo desde 15-20 reales hasta 130.
Domínguez Ortiz también ha profundizado en el estudio de la crisis que no ocupa, centrándose en la España meridional, más concretamente en Andalucía. Según los datos climatológicos que maneja, la primavera de 1677 fue extraordinariamente lluviosa en Andalucía, arruinando la cosecha de cereales y teniendo necesidad sus naturales de aprovisionarse de granos en Extremadura. Le siguieron dos años agrícolas secos y de escaso rendimiento cerealista en toda la zona meridional de la Península (1677-78 y 1778-.79), y otros dos normales (1679-80 y 1680-81), que no fueron suficientes para almacenar y afrontar con provisiones de reservas la extraordinaria sequía de las campañas de 1681-82 y 1682-83. Se remató la década con dos ciclos tan lluviosos que asfixiaron las cosechas de 1683-84 y 1684-85, siguiéndole después otros tres de escasa pluviometría.
En los archivos municipales de los pueblos del entorno, como los de Azuaga, Llerena, Valverde o Guadalcanal (esta última villa fue santiaguista y extremeña hasta 1834) disponemos de datos pormenorizados sobre la crisis cerealista referida, especialmente centrados en 1678. Es más, sabemos que en dicha crisis tuvieron una extraordinaria implicación los arrieros de Valverde, a resulta de la cual es posible que surgiera el famoso dicho que empezó a circula por el entorno: a los de Valverde, ni comprarle ni venderle.
Ya hemos referido en otras ocasiones la importancia cuantitativa y cualitativa que tuvo la arriería de Valverde durante el Antiguo Régimen, siendo esta actividad la que más recurso proporcionaba a su vecindario. No obstante, queda pendiente un estudio más profundo que explique su organización y redes de distribución, así como las mercaderías con las que trajinaban en sus viajes de ida y vuelta. Por las referencias documentales utilizadas en este artículo, sabemos que jugaban un papel importante en el trasporte de granos, al menos así fue en la crisis cerealista que nos ocupa.
Pues bien, volviendo sobre dicha crisis, ya se ha adelantado que las excesivas lluvias de la primavera de 1677 terminaron por arruinar la cosecha de cereales en las campiñas cordobesas y sevillanas, aunque en la Tierra de Barros y en el resto de Extremadura el rendimiento fue aceptable. Esta circunstancia determinó la extracción o saca de trigo y cebada desde esta última provincia hacia el reino de Andalucía, entre otras circunstancia por expresa recomendación y autorización del Consejo de Castilla, en respuesta a las peticiones de las ciudades y villas andaluzas. No obstante, la saca fue extraordinaria, por excesiva, dejando vacíos los silos (pósitos) de los pueblos extremeños, cuyos vecinos ya empezaron a sufrir escasez de cereales a principios de 1678. En efecto, si hemos de hacer caso a los oficiales concejiles de Llerena, Azuaga o Guadalcanal, la saca de trigo autorizada por el referido Consejo de Castilla había superado ampliamente las 20.000 fanegas concertadas, sobrepasando las 600.000 fgas.
Las primeras quejas observadas sobre este particular ya se recogieron en Llerena, en una sesión capitular de 10 de febrero de 1678, presidida, como era usual, por el entonces gobernador del partido, don Pedro de Arís y Yanguas, caballero de la Orden de Santiago y señor de las Villas de Guarcanos y Castroviejo. En dicha sesión, acompañado de un buen número de regidores perpetuos de la ciudad, se habló sobre la escasez de trigo que se padecía en la ciudad y en los pueblos del partido, llegando a la conclusión de que dicha situación había sido provocada por la excesiva saca de granos con destino a Sevilla y otros pueblos de Andalucía, circunstancia que provocó un notable incremento en los precios, pasando la fanega de trigo de 14 reales a más de 90. Por ello, tomaron el acuerdo de comprar el trigo procedente de los diezmos de las distintas encomiendas localizadas en el partido.
Cuatro días después, en la sesión capitular del 14 de febrero del mismo año y ante la hambruna y quejas del vecindario, acordaron dirigirse a los inquisidores del Santo Oficio para solicitarles prestadas 1.000 fanegas que tenían requisadas, comprometiéndose a devolverlas con el producto de la cosecha del año en curso. Pero la primavera de 1678 se presentó muy seca, por lo que las expectativas a principio de julio eran más que alarmantes. Por ello, en el pleno del cabildo llerenense correspondiente al 4 de julio del año en curso, alegando “que los naturales del país (los extremeños o, en sentido más restrictivos, los vasallos de la Provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura) tienen la prelación sobre los mismos frutos que benefician con su trabajo y sudor”, tomaron el acuerdo de dirigirse al Consejo de las Órdenes solicitándole una Real Provisión de S. M. por la que se prohibiera la extracción de granos con destino a Andalucía, aparte de ciertas mediadas paliativas para afrontar la terrible hambruna.
Y obtuvieron una respuesta satisfactoria mediante una Real Provisión urgente, como lo requería la situación, fechada en Madrid, el 18 de julio de 1678, es decir, dos semanas después de solicitarla. Dicha Real Provisión, en relación textual suficiente, decía así:
Don Carlos por la gracia de Dios…, a vos, el nuestro gobernador de la ciudad de Llerena y su partido…, sabed que habiéndose visto en nuestro consejo de las Órdenes una carta y consulta que habiéndola remitido vos, el dicho nuestro gobernador, representándonos que hallándose esa ciudad y Provincia de León por el mes de abril del año pasado de 1677 con trigo bastante para el sustento de sus naturales, habíamos sido servido de mandar se sacase para Andalucía; y con este pretexto se había sacado tanto que en tiempote quince meses se había transportado más de 600.000 fgas., dejando vacíos las trojas y silos, y habiendo subido el precio desde catorce reales hasta noventa; y al presente en la cosecha actual pasaba a cien reales e iba subiendo como lo hacía la saca, pues en las parvas esperaban los arrieros a que se limpiase para transportarlos (a Andalucía)…; y habiéndose reconocido la esterilidad del año, se hallaba esa ciudad y su Provincia con tanto desconsuelo que sus clamores y la precisa obligación os obligaban a darnos cuenta para el remedio… pues aunque en nuestra Real Cédula (Diciembre de 1677 autorizando la venta a Andalucía de 20.000 fgas. a instancia del Consejo de Castilla) se prevenían todos los inconvenientes… mandamos que, luego que ésta recibáis, se prohíba y cese la saca de trigo; y por ello mandamos que se ejecute y cumpla el acuerdo hecho por esa ciudad de cuatro de este presente mes de julio, como en él se contiene, que está en el libro del Ayuntamiento, que así es nuestra voluntad… (Madrid, 18/07/1678) Yo el Rey
Cuatro días después, en la sesión capitular del 14 de febrero del mismo año y ante la hambruna y quejas del vecindario, acordaron dirigirse a los inquisidores del Santo Oficio para solicitarles prestadas 1.000 fanegas que tenían requisadas, comprometiéndose a devolverlas con el producto de la cosecha del año en curso. Pero la primavera de 1678 se presentó muy seca, por lo que las expectativas a principio de julio eran más que alarmantes. Por ello, en el pleno del cabildo llerenense correspondiente al 4 de julio del año en curso, alegando “que los naturales del país (los extremeños o, en sentido más restrictivos, los vasallos de la Provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura) tienen la prelación sobre los mismos frutos que benefician con su trabajo y sudor”, tomaron el acuerdo de dirigirse al Consejo de las Órdenes solicitándole una Real Provisión de S. M. por la que se prohibiera la extracción de granos con destino a Andalucía, aparte de ciertas mediadas paliativas para afrontar la terrible hambruna.
Y obtuvieron una respuesta satisfactoria mediante una Real Provisión urgente, como lo requería la situación, fechada en Madrid, el 18 de julio de 1678, es decir, dos semanas después de solicitarla. Dicha Real Provisión, en relación textual suficiente, decía así:
Don Carlos por la gracia de Dios…, a vos, el nuestro gobernador de la ciudad de Llerena y su partido…, sabed que habiéndose visto en nuestro consejo de las Órdenes una carta y consulta que habiéndola remitido vos, el dicho nuestro gobernador, representándonos que hallándose esa ciudad y Provincia de León por el mes de abril del año pasado de 1677 con trigo bastante para el sustento de sus naturales, habíamos sido servido de mandar se sacase para Andalucía; y con este pretexto se había sacado tanto que en tiempote quince meses se había transportado más de 600.000 fgas., dejando vacíos las trojas y silos, y habiendo subido el precio desde catorce reales hasta noventa; y al presente en la cosecha actual pasaba a cien reales e iba subiendo como lo hacía la saca, pues en las parvas esperaban los arrieros a que se limpiase para transportarlos (a Andalucía)…; y habiéndose reconocido la esterilidad del año, se hallaba esa ciudad y su Provincia con tanto desconsuelo que sus clamores y la precisa obligación os obligaban a darnos cuenta para el remedio… pues aunque en nuestra Real Cédula (Diciembre de 1677 autorizando la venta a Andalucía de 20.000 fgas. a instancia del Consejo de Castilla) se prevenían todos los inconvenientes… mandamos que, luego que ésta recibáis, se prohíba y cese la saca de trigo; y por ello mandamos que se ejecute y cumpla el acuerdo hecho por esa ciudad de cuatro de este presente mes de julio, como en él se contiene, que está en el libro del Ayuntamiento, que así es nuestra voluntad… (Madrid, 18/07/1678) Yo el Rey
Con este refrendo, don Pedro de Aris y Yanguas, gobernador y justicia mayor de la Provincia de León y, tras la anterior Real Provisión, juez particular para la saca de granos de la ciudad de Llerena, villas y lugares de su partido, se dirigió a todos y cada uno de los pueblos de su jurisdicción, comunicándoles el contenido de la citada Real Provisión y decretando su inexcusable cumplimiento. En concreto, establecía:
- Que en cada villa y lugar sus oficiales recabasen toda la información posible sobre los granos que cada vecino tuviese almacenado, visitando sus casas y almacenes, y requisando lo que encada caso estimaron oportuno.
- Que antes de sacar trigo para otro pueblo santiaguista (nunca fuera de este contexto), el dueño debería ofertarlo a sus convecinos a un precio moderado (aproximadamente sobre 40 reales fgas.)
- Especialmente deberían tener cuidado los oficiales de los pueblos limítrofes con la frontera de Andalucía, a quienes se les encomendaba la vigilancia de las mercaderías por los pasos habituales.
Estas medidas llegaron a los oídos de las autoridades andaluzas, especialmente a los del asistente de Sevilla (máxima autoridad en dicha ciudad, la más populosa de la Península) quien inmediatamente, alegando las necesidades alimenticias de sus vecinos, se quejó ante el Consejo de Castilla, solicitando la nulidad de la Real Provisión de 18 de julio del año en curso ganada a instancia del Consejo de las Órdenes Militares. La presión del asistente sevillano, alegando las necesidades de granos de los andaluces, dio fruto inmediatamente, firmando días después (26 de julio) Carlos II otra Real Provisión que anulaba su anterior decisión, permitiendo el comercio libre de granos entre Extremadura y Andalucía.
A partir de este momento asistimos a una de las muchas disputas y contradicciones surgidas entre el Consejo de las Órdenes y otros consejos reales y chancillerías, situación usual desde que la monarquía hispánica asumió la administración perpetua de las distintas Órdenes Militares, creando para ello el Consejo de las Órdenes. En efecto, desde esos momentos el choque por competencias jurisdiccionales entre este último consejo y el resto de los consejos reales y chancillerías fue frecuente, con resultados dispares y azarosos, pero, a modo de resumen y conclusión, siempre evolucionando en detrimento del Consejo de las Órdenes y a favor del poder central.
Aunque los intereses andaluces en esta cuestión quedaron salvaguardados por esta última Real Provisión (la del 26 de Julio), el gobernador de Llerena y los oficiales de los pueblos santiaguistas se mantuvieron firme en su lucha contra la extracción de granos con destino a Andalucía, o al menos así lo dejaron recogido en sus actas capitulares.
Y en esta crisis y conflicto mucho tuvieron que ver los arrieros valverdeños, pues incluso en fechas anteriores la Real Provisión ganada por el asistente de Sevilla, continuaron con la saca de granos hacia Andalucía, mostrando parte del entramado organizativo que este gremio ejercía en el comercio y la trajinería de esta zona sureña de Extremadura, con los recelos que dicha actividad siempre generaba. En efecto, los numerosos arrieros valverdeños llegaron a controlar durante siglos una buena parte del transporte de la zona, amparándose de su proximidad a Andalucía y, especialmente, por el hecho de que la máxima autoridad real de la zona, el gobernador santiaguista de Llerena, carecía de jurisdicción en Valverde, pues esta villa, junto a la de Berlanga, fue vendida en 1590 al señorío del marquesado de Villanueva del Río (y Minas), señorío muy interesado en las trajinerías de sus vasallos valverdeños.
En definitiva, los arrieros valverdeños hicieron caso omiso al gobernador de Llerena, que seguía instrucciones del Consejo de las Órdenes (sin competencias en Valverde) tras la primera Real Provisión (18/07/1678) de Carlos II, comprando trigo al pie de era en Almendralejo para transportarlo hacia Andalucía. De ello se quejaron los oficiales de los pueblos comarcanos, quienes responsabilizaron a dichos arrieros del incremento de precios en el valor del trigo, pasando de los 40 reales acordados a 55.
Especialmente combatidos en esta crisis cerealista fueron los oficiales guadalcanalenses, mostrando reiteradamente su indignación con las prácticas de los arrieros valverdeños. Uno de sus alcaldes, don Cristóbal de Arana y Sotomayor, el 8 de septiembre de 1678 dirigió una carta de amparo y súplica al capitán general de la provincia de Extremadura, relatando los hechos ya descritos. Le solicitaba un cabo y ocho soldados para la vigilancia de la frontera con Andalucía, evitando así la saca de trigo. Por la fecha de esta carta de súplica (8 de septiembre), queda claro que, pese a que el asistente de Sevilla envió expresamente un escribano a Guadalcanal con la Real Provisión que reautorizaba la saca de trigo de Extremadura hacia Andalucía (26 de julio), en esta villa se hizo caso omiso a la misma, dando sólo por buena la Real Provisión del 18 de julio de dicho mes y año, es decir, la ganada por el Consejo de las Órdenes y que impedía la exportación del trigo extremeño.
Importante fue la aportación que hizo este edil guadalcanalense sobre Valverde y sus arrieros:
…en la villa de Valverde hay grueso trato de arrieros y corsarios que sólo se entrometen en la granjería de granos y sacarlos fuera desta provincia…, que son muchos y quien más daños ocasionan en destruir este país (Extremadura), y que andan con tanta prevención sacando el grano que lo menos que traen son cincuenta hombres con escopetas (para defenderse en sus trajinerías)…
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Fuentes:
- A. M. de Azuaga, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- A. M. de Llerena, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- A. M. de Guadalcanal, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678, leg. 1649.
- A. M. de Valverde de Llerena, Sec. Actas Capitulares, años 1677 y 1678.
- DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Crisis y decadencia en la España de los Austria, Barcelona, 1973.
- GARZÓN PAREJA, M. La hacienda de Carlos II, Madrid, 1983.
- KAMEN, H. La España de Carlos II, Barcelona, 1981.
- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. Valverde de Llerena. Siglos XIII al XIX, Sevilla, 1999.
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