El cronista al que nos referimos se llamaba Manuel
Morillas Garrido, uno de los hijos de la histórica maestra de Trasierra, doña
Elena Garrido, casada con Manuel Morillas, carpintero de oficio. Se trataba de
una familia culta, por oficio, pues, al margen de doña Elena, sus hijos (José,
Manuel, Enrique y Elena) también ejercieron el magisterio por distintos pueblos
de este contorno. En concreto, José fue maestro de Trasierra y Fuente del Arco,
Elena ejerció como maestra de Granja y Manuel, nuestro culto cronista y
corresponsal, en las fechas que nos ocupan se vio obligado a abandonar los
estudios ante su precaria salud, falleciendo en enero del año siguiente. Antes
de sorprenderle la muerte, tuvo la oportunidad de dejar numerosas crónicas
sobre Trasierra en distintos periódicos de la época, dando noticias de la vida
social y de las distintas festividades locales, dejando también cumplida
referencia de la romería en honor de la Virgen del Ara, agradeciéndole la
intercesión ante su divino Hijo, que derramó sobre los campos el agua precisa
durante la primavera de 1925.
En efecto,
la primavera de 1925 se presentó excesivamente seca, por lo que, como
era habitual en pueblos de nuestro ámbito cultural, se recurría a la divinidad
mediante rogativas para que remediase las catástrofes de ésta u otra naturaleza
(climatología adversa, epidemias, plagas de langostas…). Para ello, como
abogado protector, solía solicitarse la mediación de algún santo o, en su
defecto, la de la Virgen en sus distintas advocaciones locales, la del Ara en
nuestro caso.
Por la circunstancia descrita, el clero, la
hermandad de la Virgen del Ara y el ayuntamiento de Fuente del Arco,
seguramente recogiendo el sentir popular, a mediados de marzo de 1925 tomaron
la decisión de aproximar la Virgen al fervor popular, trasladándola desde su serrana
ermita a la parroquia local, donde diariamente se celebraron cultos en su
honor, demandando su intercesión para que su divino Hijo derramara sobre los
campos el agua precisa, como, al parecer, así fue. Por ello, según el referido
cronista, el 28 de abril siguiente, satisfechos y agradecidos los
fuentearqueños, trasladaron la Virgen a su ermita y santuario, aprovechando
esta circunstancia para celebrar una romería, de la que dio cumplida razón
Manuel Morillas, según el texto que sigue:
Verdaderamente
hermoso resultó la vuelta de esta venerable imagen a su ermita. Este acto
tuvo lugar el día 28 del pasado mes de
abril, para el que fuimos previamente invitados y, en verdad, si grande eran
los deseos de visitar este lugar, en esta ocasión mayor aún fue la satisfacción
que experimentamos ante el hermoso conjunto que se nos ofreció, pues no faltó
una nota simpática que, a guisa de pincelada, animara y diera realce a este
hermoso cuadro encajado en un delicioso marco que la Naturaleza encantadora
tuvo a bien ofrecer.
Esta Virgen,
veneradas por todos y por todos bendecidas, fue llevada a Fuente del Arco hace
aproximadamente un mes en sentido de rogativa, por la terrible sequía que nos
amenazaba y de la que Dios ha querido remediarnos. Una vez satisfechos los
deseos de todos, y por la valiosa intercesión de esta Virgen, los de Fuente del
Arco acordaron llevarla a su santa y pintoresca casa el día que antes consigno.
Nosotros, entusiastas de las romerías, aprovechamos la ocasión y marchamos. Nos
adelantamos para ver su llegada, como así fue.
LA LLEGADA DE LA VIRGEN
Ésta fue
de intensa emoción. La chiquillería llegó anunciándola con el ¡ya viene¡ (pues
aunque viniera cerca no se veía por los accidentes del terreno);unos minutos, y
enseguida surgió a nuestra vista la imponente procesión. Acompañan a la Virgen
el culto y activo párroco de aquel pueblo, don Antonio Carmona, el digno Ayuntamiento
presidido por don Gabino Gálvez, los pundonorosos guardias de la benemérita
señores Roguera y Pavón y los cultos maestros nacionales don José Morillas y
doña Julia Gallego, además de un inmenso gentío que se agitaba en torno a la
Virgen, alegres, gozosos y conmovidos. Las campanas de la ermita, ávidas de ver
a su divina Madre, se lanzaron al vuelo alegres y gozosas; parecía que querían
salirse de sus marcos tan materiales para unirse a la Virgen en un abrazo
maternal; sus ingenios sonidos, después de hender el espacio, llegaban a
nuestros oídos como tiernos gemidos por el dulce llanto que les produjera la
alegría de volver a ver a su excelsa protectora.
Ante
este indescriptible cuadro, los chicos quedaban atónitos y los grandes,
visiblemente afectados, conservaban esa actitud religiosa, esa fervorosa
atención que el acto les producía; alguien hubo que, después de dirigirle
miradas de ternura a la Virgen, se secó una lágrima. Nosotros, henchidos de
puro sentimiento, nos esforzamos en arrancar de nuestros pechos un ¡viva! la
Virgen del Ara, pero al pasa por la garganta quedó detenido y envuelto en un
cúmulo de grandes y santas emociones. Entre tanto, la imagen avanzaba y,
haciendo una entrada triunfal por las puertas de su divino regazo, fue colocada
en su trono celestial.
EN LA ERMITA
Una vez
dentro, y antes de comenzar los actos religiosos que habían de tener lugar,
dimos una ojeada por la ermita y quedamos admirados ante el mérito artístico,
ante el inapreciable valor de su interior. En la construcción de este
antiquísimo santuario. Los cartujos (¿?) dieron lugar preeminente al arte
pictórico. Todo el interior (muros y bóvedas) está impregnado de hermosos
cuadros que representan escenas de las Sagradas Escrituras; algunos con
bastante perfección, teniendo en cuenta el tiempo en que se hicieron. Una
imagen de San Antonio y otra del Señor muy bien arregladas, a uno y otro lado,
a más de otros detalles, entre ellos una infinidad de reliquias colgadas,
forman un bonito conjunto, una verdadera obra de arte.
En un pequeño coro hay un antediluviano órgano (cuyo sistema
jamás hemos visto) que empieza a preludiar. Los fieles, que formaban una masa
compacta, se disponen para el santo sacrificio, que va a empezar. El sacerdote antes
citado dice una misa rezada, y luego, el digno párroco de Trasierra, don Santos
Velázquez, dijo otra cantada, que fue oficiada por el activo organista de
Fuente del Arco y la simpática señorita María de Lara.
El señor
Carmona se hizo cargo del púlpito, el cual pronunció con amena y fácil palabra
un hermoso y sentido panegírico,
haciendo ver a los fieles allí congregados cuánto debían a la Virgen y cuánto
debían amarla.
Concluida
la misa, y en pleno campo, la gente se divertían en grupos que con mantas y
viandas iban de aquí para allá, esquivando la acción del sol, buscando la
sombra.
LAS MERIENDAS
Llegó la
hora de las típica merienda, esa hora pesada de estos calurosos días en que
todo parece reposar, en que todo es silencio, quietud, y que esa misma calma y
silencio es más grato en el campo, porque es interrumpido de vez en cuando por
el susurro de la arboleda cuando suavemente es agitada por el aire o bien por
el débil revoletear de unos pajarillos entre el ramaje.
Disponíamos
a entregarnos también a la gula, cuando fuimos galantemente invitados por unos
amigos. Aceptamos gustosos y, si deliciosa y suculenta fue la comida,
encantador era el lugar que naturalmente se nos ofrecía para ella.
Pocas
veces he sentido esa sensación de venturas inefables que aquí sentí al
contemplar la Naturaleza en toda su magnitud de encantos. Yo invitaría a esos
artistas, a esos enamorados de las delicias naturales, a visitar el lugar donde
se encuentra enclavado el vetusto santuario del Ara.
Comíamos
y admirábamos la placidez del lugar: la interminable fila de corpulentos álamos
dispuestos con esa simetría que la mano maestra de la Naturaleza suele poner en
sus obras, parecían elevarse para refrescar el caluroso ambiente, ofreciéndonos
su bienhechora sombra bajo la cual nos cobijamos; el murmullo de unas ribereñas y cristalinas
aguas, que suavemente se deslizaba junto a nosotros; el ruiseñor que emitía sus
sonoras y delicadas notas, entonando un himno ideal; y un dulce airecillo que,
luego de agitar levemente el follaje, venía aromatizando a acariciarnos y
ofrecernos los embriagadores perfúmenes de aquellas flores campestres ¡Cuánto
sentimos no ser poeta para haber hecho una poesía! Extasiados estábamos cuando,
de pronto, los amigos, la bullanguería con su ¡al baile! Y la desdichada música
de un arcaico instrumento (el acordeón) nos distrajeron; la merienda había
acabado y el baile empezaba.
EL BAILE
Éste
estuvo animadísimo. Terpsícore estaría muy satisfecho ante el número de fieles
que le rendían culto. A los acordes del instrumento daban vueltas y revueltas
entregados frenéticamente a la danza; cansados, sudaban a más no poder y, no
obstante, seguían bailando. La juventud se había desbordado en torrentes de
alegría, de luz, de amor y de todo lo susceptible de desbordarse en esta edad y
en el mes de mayo, corazón de la primavera. Así permanecieron casi toda la
tarde.
El
género femenino era bastante aceptable. Las muchachas bonitas de Fuente del
Arco, alegres, risueñas, supieron dar realce, constituyendo quizás la nota más
simpática de la fiesta. Y para que vea el lector que no nos equivocamos, ahí va
una preciosa guirnalda que formamos con fragantes rosas primaverales: Antonia y
Josefa Pablos, Rosalía y Braulia López, Dolores Ruiz, María Santos, Ricarda y
Ana Muñoz, Rosario Fernández, Amalia Rioja, Purita Alvarado, Rafaela Bernabé,
María de Lara, Elena Castillo, María Gálvez, Carmen Azuaga, Ana Bueno, Ángeles
Suero, Emilia Gálvez, , Alfonsa y María Barrada (¡oh, beldad), Facunda Rico,
Catalina Canelada y Calixta y Antonia Maldonado.
Entre
las señoras vimos a doña Julia y doña Ángela Gallego, doña Manuela Paz, doña
María Hurtado, doña Elena Millot, doña Ana Santos y doña Cándida Boza.
Y entre
el sexo fuerte, que a veces es más débil, vimos a los señores Juan Izquierdo,
Juan Lozano, Antonio Bueno, Salvador Pablo, Fernando Lara, Cándido Gálvez,
Nicasio Santos, Urbano Ruiz, Antonio y Claudio Villazán, Santiago Olivera,
Eduardo López, Narciso Fornelio, Manuel Ruiz, Antonio Barragán, Valentín Muñoz,
José Paisano, Valentín Gómez, Salvador Calle, Ángel Mérida, Juan Y pedro Gálvez
y Leopoldo Millet. Además vimos a don Constantino Escobar Rodríguez y a don
José Morillas Garrido, maestros de Trasierra y Fuente del Arco,
respectivamente.
DESPEDIDA
Terminó
el baile y la gente iba a despedirse de la Virgen hasta otro año. Nosotros
también lo hicimos y nos encontramos con la preciosa voz de la señorita María
de Lara, que cantaba una Salve de despedida a la Santísima Virgen, muy
sentimental por cierto.
La gente
marchaban y la Virgen al despedirles parecía querer abrir sus brazos para
estrechar a sus hijos por última vez; una lágrima de despedida nos pareció ver
correr dulcemente por una de sus divinas mejillas.
UN COMENTARIO
Fiestas
como estas merecen plácemes. Felicitamos a todas las personas que han
contribuido a la fiesta y a los hijos de Fuente del Arco por haber llevado a
ella todo su entusiasmo, toda su fe, todo su amor y cuanto hayan podido llevar
en honor a la Virgen.
Pueblo
altruista y de buenos sentimientos, sabe corresponder en la medida de sus
fuerzas a los beneficios recibidos por la Virgen; saben demostrar su infinito
agradecimiento para con su divina madre, siempre pródiga y bienhechora.
Nosotros
les alentamos para que pronto se repita esta fiesta en honor de la Virgen del
Ara. No desfallezcáis en el amor a Ella; pues la fe que abrigáis en vuestros
pechos puede servir de estímulo a otros pueblos, puede servir de ejemplo a los
demás hombres. Además, cumplís con uno de los deberes más grande que hay que
cumplir aquí en la Tierra.
Y por
último, esta fiesta ha constituido un timbre de honor, una página de gloria y
de altruismo que los hijos de Fuente del Arco han escrito con rasgos indelebles
en su brillante e inmaculada historia, como buenos y honrados ciudadanos.- Fdo:
Manuel Morillas Garrido
Trasierra, mayo de 1925
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