Parroquia de San Sebastián en Reina
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En el artículo que precede en
este blog, hemos relatado cómo en el siglo XVII la ermita de San Sebastián,
situada en lo que entonces se conocía como arrabal de Reina, adquirió el rango de parroquia, sustituyendo a
la entonces antigua parroquia ubicada en la alcazaba, es decir, la actual ermita
de Ntra. Sra. de las Nieves. Por lo tanto, la villa y la parroquia se
trasladaron desde la alcazaba al arrabal, buscando más comodidad a la hora de aprovisionarse
de agua y de desplazarse para realizar las tareas agropecuarias.
El hecho de que San Sebastián
sea el patrón de Reina no es casual, pues, junto a San Fructuoso, fueron
considerados durante mucho tiempo como los primeros mártires cristianos, siendo
objeto de especial culto y devoción en los territorios santiaguistas, de tal
manera que resulta difícil encontrar un pueblo perteneciente a la Orden de
Santiago que no tenga en su término una ermita bajo la advocación de uno u otro
de los santos citados.
Pues bien, desde entonces cada
20 de enero se celebra en la villa de Reina la festividad de su Santo Patrón,
con misa, procesión y otros festejos de carácter lúdico. Así, por ejemplo, el
programa de festejos de 1925, según el corresponsal de la época fue el que
sigue:
En el santoral del mes de
enero se concentra la festividad de una buena parte de los mártires de los
primeros tiempos del cristianismo. Así, el 20 de este mes se conmemora, aparte
de San Sebastián, otros mártires de la época, como San Augurio, San Basílides,
San Desiderio, San Eulogio, San Eusebio, San Eutimio, San Eutiquio, San Fabián,
San Fequino, San Fructuoso, San Mauro y San Neófito. Nos detenemos en conocer
lo que el santoral cristiano considera sobre el santo patrón de Reina.
Según el citado santoral, San
Sebastián nació en el año 256, en Narbona (Francia), en el seno de una familia
militar y cristiana perteneciente a la nobleza de la época. Su educación
castrense tuvo lugar en la ciudad italiana de Milán, para continuar con la
carrera miliciana de su padre, donde cumplía con la disciplina militar pero no
participaba en los sacrificios paganos por considerarlos idolatras. Posteriormente
se trasladó a Roma, donde la persecución a los cristianos por causa de la fe
era realmente insufrible y cruel, para auxiliar, visitando y alentando a los
seguidores de Cristo encarcelados por causa de su religión.
El emperador Diocleciano le
ascendió a capitán de la guardia pretoriana, cuyo cometido era escoltar y
mantener a salvo a los emperadores romanos, siendo muy respetado por todos y
muy valorado por los emperadores Maximiliano y Diocleciano, quienes todavía
desconocían que San Sebastián era cristiano. Finalmente fue descubierto y
denunciado al emperador Maximiliano, quien le obligó a elegir entre seguir
siendo soldado y ser ascendido en el ejército o seguir a Cristo y ser
destituido de su cargo.
Así las cosas, habiendo hecho
su confirmación sacramental, San Sebastián decidió seguir a Cristo y el
emperador Maximiliano, frustrado, le amenazó de muerte, pero se mantuvo firme
en su fe cristiana. El emperador, encolerizado, tomó la decisión de condenarle
a morir a flechazos. De esta forma San Sebastián fue llevado al estadio, donde
le desnudaron, lo amarraron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de
flechas, dándolo por muerto. Sin embargo, fue socorrido por sus amigos, que
observaron los hechos desde la distancia, trasladándolo a la casa de una noble
cristiana romana, llamada Irene, quien le curó las heridas y mantuvo oculto en
su casa hasta que se hubo recuperado por completo.
Tras los hechos descritos, sus
amigos y compañeros le aconsejaron que se marchase de Roma, pero éste rechazó
firmemente huir de la ciudad pues su corazón le impulsaba a proclamar
abiertamente y con más fuerza si cabe a Cristo. Así pues San Sebastián se
personó con gran valor frente al mismo emperador Maximiliano, quien no salía de
su asombro al darlo por muerto, y el santo le recriminó enérgicamente su
conducta por perseguir a los cristianos. Pero esta vez no lograría salir con
vida, ya que Maximiliano mandó azotarle sin piedad hasta morir y los soldados
del emperador ejecutaron la orden y arrojaron su cuerpo a un lodazal. Los
cristianos lo recogieron y le dieron sepulcro en la Vía Apia, en la insigne
catacumba que lleva su nombre y el lugar donde hoy se levanta la Basílica de
San Sebastián.
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