(Art. publicado en la Revista de Feria, Guadalcanal, 2016)
Para aproximarnos a la
realidad social y económica que se daba en Guadalcanal a mediados del XVIII, la
mejor propuesta consiste en consultar los fondos documentales localizados en el
Archivo General de Simanca, donde se custodian las respuestas a las cuarenta
preguntas formuladas para elaborar el Catastro de Ensenada, con las que el
marqués de este nombre perseguía conocer la realidad socioeconómica del Reino.
Así, una vez conocida, pretendía aplicar una fiscalidad más racional y
equitativa entre los súbditos, sustituyendo el arcaico y caótico sistema de
Rentas Provinciales por una Única y Universal Contribución, que perseguía aunar
los múltiples ramos impositivos existentes, distribuir más equitativamente la
carga tributaria y abaratar el coste recaudatorio.
Para ello, a cada pueblo del
reino se mandó un mismo cuestionario constituido por 40 preguntas, a contestar
por los miembros del Ayuntamiento y peritos locales, todo ello ante un
comisario político. De esta manera, se pretendía conocer de primera mano:
-
La extensión del término de cada pueblo,
especificando el uso y aprovechamiento de sus distintos predios, así como su
calidad (1ª, 2ª, 3ª o inútil), productividad y rentabilidad.
-
El
reparto de la riqueza urbana, rústica y pecuaria entre el vecindario y las
instituciones asentadas en cada pueblo (concejo, encomienda, fábrica de las
parroquias, conventos…), así como las actividades agropecuarias (sector
primario), artesanales (sector secundario) y mercantiles (sector terciario) en
las que se ocupaban sus vecinos.
-
El número de vecinos, la carga tributaria que
les afectaba (servicios reales y rentas de vasallaje) y los mecanismos
arbitrados para recaudarla.
-
Y los beneficiarios de estos impuestos y
tributos (la Hacienda Real, la encomienda, la Mesa Maestral u otras entidades
facultadas para ello).
Para lograr más precisión,
cada Ayuntamiento se ocupó de averiguar la situación familiar y hacendística de
todos y cada uno de sus vecinos, recopilando las denominadas respuestas
catastrales particulares, a través de las cuales se obtuvo información jurada
de cada unidad familiar, donde se reflejaba el nombre del cabeza de familia, la
composición de la misma y los bienes raíces, riqueza pecuaria u otras rentas
obtenidas por sus distintos miembros. Por lo general, estas respuestas
particulares han desaparecido de los archivos locales, encontrando pocos casos
entre los pueblos santiaguistas del entorno que los conserven. Por fortuna, uno
de ellos es Guadalcanal, constituyendo los diversos legajos dedicados a este
asunto la mejor herramienta posible para conocer la realidad socioeconómica que
imperaba en la villa a mediados del XVIII.
El material está custodiado en
el Archivo Municipal de Guadalcanal; sólo falta que alguien disponga de tiempo
y paciencia para tratar los datos estadísticamente, extrapolando las
conclusiones precisas, que mucho ayudarían a conocer y comprender la particular
historia de nuestra villa, y la de la Extremadura santiaguista en general.
Ojeando los legajos citados,
adelantamos que contiene una relación nominal de todos y cada uno de los
vecinos o cabezas de familia de Guadalcanal, considerando también a aquellos
forasteros con propiedades rústicas, urbanas o pecuarias en el término. Los
distintos vecinos van apareciendo en los libros por el orden alfabético del
nombre de pila, tuviesen o no propiedades catastrales, dejando para el final de
cada letra a las viudas cabeza de familias y a las solteras con propiedades.
A ojo de buen cubero,
deducimos que aproximadamente el 80% de las tierras del términos pertenecían al
concejo (bienes de propio) y al común de vecinos (dehesas comunales y baldíos).
Con las rentas derivadas de los bienes de propio concejiles, el cabildo
abordaba los intereses de las deudas que el concejo venía arrastrando desde
finales del XVI, sensiblemente aumentadas a lo largo del XVII, además de
atender a los gastos derivados de la administración y gobierno del concejo. Es
más, como con las referidas rentas no lograban
sanear las deudas, desde mediados del XVII, y tras distintas facultades reales,
también habían conseguido asimilar como bienes de propio parte de los baldíos
comunales, arrendando sus aprovechamientos para amortiguar la deuda concejil y
atender a los requerimientos fiscales de la hacienda real.
El 20% restantes de las
tierras del término pertenecían o estaban administradas por el supernumerario
clero local (cinco conventos, tres parroquias, tres beneficios curados y
numerosas capellanías y memoria de misa) y a vecinos particulares (sobre un
5%), cuya titularidad se venía
transmitiendo de generación en generación, sin poder precisar con exactitud el
origen de la misma, tratándose, en cualquier caso, de propiedades rústicas de
escasa identidad superficial, aunque de buena calidad. La excepción estaba
representada por la presencia de una finca denominada Donadío, que pertenecía a
un forastero vecino de la ciudad de Vitoria.
En efecto, en 1752 la finca en
cuestión pertenecía a don Joseph de Esquivel,
vecino de la ciudad de Vitoria, según reza en los libros que recogen las
respuestas particulares de los vecinos y propietarios de Guadalcanal.
Textualmente:
Tiene una pieza de tierra de cavida de
ciento y zinquenta y ocho fanegas,
trentayuna della de secano y primera calidad,
ochenta y cinco de la segunda y treinta y ocho de tercera, todas de puño
en sembradura de trigo del término, y las cuatro restante ynútiles por su
naturaleza, consistente al sitio de la dehesa del Donadío, distante una legua
de la población. Confronta al levante con tierras de don Ygnacio Ortega, al
norte con el camino de Llerena, al poniente con el término de Fuente del Arco y
al sur con tierra de los Padres de la Compañía de Jesús de la ciudad de
Llerena, y su figura es la del margen. Y tiene una casa…
La descripción es bastante
precisa, identificando el heredamiento y donadío con la finca que en la
actualidad responde al nombre de Bodega del Rey, justo en el límite
entre las actuales comunidades autonómicas de Andalucía y Extremadura, en la
umbría de la sierra que aparece a mano derecha de la carretera cuando viajamos
de Fuente del Arco a Guadalcanal.
Intuimos que don Joseph de
Esquivel Rivas y Verastegui nunca puso un pie en Guadalcanal. En realidad, para
más precisión, don Joseph sólo era dueño consorte del Donadío, siendo su
esposa, doña Antonia Javiera Peralta de Cárdenas y Salcedo (1719-1803), IV
marquesa de Legarda, la dueña y heredera del señorío del Donadío, que
ésta era la verdadera situación jurisdiccional de la finca descrita en tiempos
anteriores, aunque ya para 1752 sus poseedores habían renunciado al desempeño
de la jurisdicción en su terrazgo, dejándola en manos de las justicias (alcaldes)
de Guadalcanal.
La marquesa y su esposo, que
contrajeron matrimonio en 1736, también ostentaban los títulos de vizcondes de
Villahermosa y de Ambite, así como los de señores del Donadío, Valtierra,
Villanueva de Mingorría, San Esteban de los Patos y de la Torre Fuerte de
Salcedo. En el año 1745 tuvieron su primer hijo, llamado Ignacio de Esquivel,
que sucedió en los títulos nobiliarios descritos.
Pero ¿cómo llegó a manos de la
marquesa la posesión de Donadío? ¿Quiénes fueron sus
primeros poseedores? Para la primera de
las preguntas tenemos la oportuna respuesta, pero no para la segunda. En
realidad, sólo tenemos noticias del señorío del Donadío a partir de
finales del XV, cuando estaba en manos de don Luis de Toro Ulloa y su esposa,
doña Beatriz de Sotomayor, progenitores de otro don Luis de Toro y Ulloa, que
casó con doña Mencía de Solís. Fruto del matrimonio anterior nació doña Beatriz
de Toro y Ulloa, quien aparece en todas las referencias genealógicas consultadas
como señora
del Donadío de Llerena, cuando en realidad debería decir señora
del Donadío de Guadalcanal.
Por lo que hemos podido
averiguar referente a la repoblación de estos dominios santiaguistas, en algún
momento no precisado de finales del XIII, saltándose el principio de la
distribución comunal de los terrazgos que presidió la repoblación de su
dominios extremeños, la Orden de Santiago, o el monarca de turno, debió donar a
uno de sus deudos la propiedad y alguna suerte de jurisdicción del predio
citado que, pasando de generación en generación, en 1752 estaba en manos del
referido José de Esquivel. Antes, a finales del XVI, el predio que nos ocupa
representaba una entidad independiente a la hora de pagar los servicios
ordinarios y extraordinarios a la Hacienda Real (como si de un concejo se
tratase), según hemos podido comprobar en la liquidación que hizo Juan de Portillo,
arrendador de los servicios ordinarios y extraordinario de la Provincia de León
de la Orden de Santiago en Extremadura, cuyo cobro entonces se centralizaba en
Llerena.
Considerando este aspecto,
retomamos los datos genealógicos que relacionan a doña Beatriz de Toro y Ulloa (señora
del Donadío) con el don Joseph de Esquivel Rivas y Verastegui que
aparece en las respuestas particulares de los vecinos Guadalcanal al Catastro
de Ensenada.
A doña Beatriz la suponemos vecina
de Llerena, como a sus ascendientes. Sabemos que casó a mediados del XVI con
don Garcí López de Cárdenas, alférez mayor de Llerena, nieto del primer conde
de la Puebla del Maestre (Alonso de Cárdenas, como su abuelo el último maestre
santiaguista) y padre de don Luis de Cárdenas. Este último después sería V
conde de la Puebla, una vez agotada la línea sucesoria del segundo hijo de doña
Juana de Cárdenas, hija del maestre Alonso de Cárdenas, y Pedro Portocarrero
(señor de Moguer y de Villanueva del Fresno), segundogénito del Juan Pacheco,
también maestre de la Orden de Santiago).
Pues bien, el citado don Garcí
López, una vez que su hijo don Luis obtuvo la tenuta del condado como V conde
de la Puebla del Conde (hoy del Maestre), cedió el señorío del Donadío y el
alferazgo de Llerena a su hija doña Elvira de Cárdenas y Toro, natural de
Llerena, que casó en 1587 con don Urbán
de Peralta Calderón (1555-1661), vecino de Madrid, caballero de la Orden de
Alcántara y señor de la Casa de Peralta en Madrid.
Del matrimonio anterior nació
don Alonso de Peralta y Cárdenas, señor del Donadío, Valtierra, Mingorria
y los Patos, I vizconde de Ambite y alférez mayor de Llerena, protagonista de
una interesante historia como embajador de Felipe IV en Londres. Murió sin
descendencia, por lo que sus títulos pasaron a su hermano Luis, que sigue.
Don Luis de Peralta y Cárdenas
asumió todos los títulos de su hermano, al margen de aquellos otros a los que
se hizo acreedor: caballero de la Orden de Santiago, gentil hombre de la boca
de S. M, mayordomo de la infanta Isabel Clara Eugenia, corregidor de Antequera,
ministro del Consejo de Hacienda... Casó cinco veces: la primera vez con su
prima doña Juana de Peralta, de quien nació el erudito Gaspar Ibáñez de Segovia,
I marqués de Mondejar; en quintas nupcias lo hizo con doña Isabel de Guzmán, de
cuyo matrimonio nació, entre otros, don Luis de Peralta, que sucedió en todos
los títulos acumulado por el mayorazgo familiar.
Este otro don Luis casó en
1679 con doña Bernarda de Salcedo y Mendoza, II Marquesa de Legarda, añadiendo
este nuevo título al mayorazgo familiar, todos ellos heredados por don Juan
José de Peralta y Cárdenas, que casó con Teresa Vivanco. Del matrimonio
anterior nació doña Antonia Javiera de Peralta, III marquesa de Legarda y
esposa del don Joseph Esquivel Rivas y Verastegui que aparece como dueño y señor
del Donadío en las respuestas particulares de Guadalcanal al Catastro
de Ensenada.
Pues bien, dentro del Catálogo
del Patrimonio de Inmuebles de Andalucía
se incluye la referida Bodega del Rey, como un antiguo lagar (www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia/resumen.do?id=i8307).
Los autores de la ficha correspondiente a los edificios del antiguo Donadío desconocían las circunstancias
que hemos descritos, aunque de alguna manera dejan recogido que se trataba de
una edificación relacionada con los usos y costumbres extremeños. En la ficha
dedicada al citado edificio, se contempla de forma resumida lo que sigue:
Constituye
un conjunto de medianas dimensiones difícil de apreciar unitariamente por las
constantes agregaciones de que ha sido objeto, incluso en nuestros días. Con
anterioridad al siglo XIX debió consistir en un lagar, transformado durante esa
centuria en almazara (como en el resto del término de Guadalcanal: primero
la vid y después el olivo), para lo cual
serían recrecidas las torres de contrapeso y ampliada la nave de molienda y
prensa. La adición de elementos constructivos le confiere una imagen externa un
tanto anárquica y acumulativa…
…En
el lado opuesto del conjunto destaca uno de los elementos de mayor interés y
originalidad, la capilla, que debió atender las necesidades litúrgicas no sólo
de este núcleo sino de la población dispersa de la zona (…) En el altar todavía
subsiste una pequeña hornacina avenerada entre toscas columnas, rematada por el
anagrama mariano (M), entre tarjas y lirios de yeso, todo de mediocre factura e
impresión dieciochesca. La cubierta es a cuatro aguas, rematada tan sólo por un
sencillo remate prismático…
…La
nave de la almazara, desarrollada de oeste a este, es sumamente peculiar, pues
se aparta de las habituales en las haciendas y molinos sevillanos al
compartimentar su espacio rectangular mediante arcos transversales, de medio
punto, que arrancan de gruesos pilares concebidos a modo de contrafuertes
internos (…) Adyacentes a la nave de la almazara se sitúan tres estancias
habitables, sin duda destinadas a gañanes y temporeros, algunas todavía con
chimeneas de campana…
…En
algún momento de las décadas finales del siglo XIX o principios del XX, la
almazara fue industrializada; recuerdo de esta circunstancia son el molino de
rulos, provisto de tolva con cargador mecánico, una prensa hidráulica y otros
artefactos inutilizados en la actualidad. La bodega debió estar localizada al
este, quizás en una disposición norte-sur, en un área hoy ocupada por modernas
naves de almacenamiento.
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